miércoles, enero 06, 2010

Al otro lado

Nunca me han llamado 'mi vida'. Quizás una vez pero si fueron, esas palabras se consumieron en la hoguera del tiempo. A estas horas de la madrugada tan solo se asoma al espejo un reflejo de ojeras bajo unos ojos grises tras el humo del cigarrillo. Ahí está mi reflejo cada noche, esperándome para soltarme las cuatro verdades que me empeño en esconder en el dobladillo de los bolsillos. Pero en las esquinas de la inconstancia, en las mañanas sin oficio, entre las olas del alma, sólo un desván lleno de cenizas, solo queda un hombre que da la cara al alba con el fantasma de sus días. Y me doy cuenta: nunca he tenido casa, ni paciencia, ni olvido, ni canción, ni paz definitiva. He intentado entregarme, entregarme del todo. Aprender a amar con horror, amar a manos llenas, a borbotones, amar sin fin, amar sin tregua, sin remisión, sin esperanza, sin cadenas. Pero ya ves, mi penúltima esperanza resultó ser una exiliada del amor que como todos los exiliados compra y vende cada día recuerdos y nostalgias, con una agenda llena de teléfonos cuyos destinatarios no eran más que una forma de huida. Un ser inundado de miedos y de ese dolor soportable y aliado al que se agarran los náufragos del asfalto para escapar de su historia. Una alma nevera con el termostato averiado que lo mismo se dispara y lo congela todo, lo mismo se deshiela de pronto y el agua hace un charco como de lágrimas en la cocina. Entonces soy yo el que queda con el cubo y la fregona.

Contemplo mi mirada en el espejo y como Alicia me pregunto qué hay al otro lado. Cómo pudo ser que quisiera convertirla en mi sed y mi agua, el pan de mi vocabulario, porqué quise dejar entre el tacto de sus dedos que conozco, la ternura, el silencio, ese pedacito de paz que llevo reservando desde hace tantos siglos. Porqué esta noche me descubro buscándola. Con la avaricia de un perro abandonado olfateo su rostro por rumores de hotel, en las playas de moda, a través de todos los desiertos que me habitan desde aquella tarde en que abandoné su casa y ella quedó mirándome desde su torre de cristal. Sé que es inútil, que el precio es demasiado alto y que en ninguna tienda venden olvido a plazos. Ni imagina la clase de alimaña que aún puedo ser en su cuello. Si supiera de qué forma la maldigo, cómo la odio, de qué manera echo de menos aquellos cinco minutos en los que pude rozar su alma. A estas horas yo no sé si matarla o llorar. Por eso enciendo otro cigarrillo, bebo un café negro y escrupulosamente me entrego a la dulce tarea de olvidarla. Rezo mi oración de madrugada. Quisiera que a cada hora se asomara como un preso a la ventana y que fueran las piedras de la calle el único paisaje de sus ojos. Que sintiera en su pecho el corazón como si fuera el mío y le doliera.

Frente al espejo busco mis cuatro puntos cardinales. Pero después de mi último naufragio, solo escucho crujir la soledad de mis huesos en este rincón de la madrugada, sin entender esta colección de palabras con las que intento sobrevivirme. Ahora que me recuerdo en su paisaje, sigo sin acertar qué vi en ella. En qué momento cambió el rumbo mi intuición y me arrojó a su callejón sin salida. Sabía que no era más que una sombra de una lúgubre esquina y sin embargo...

Esta noche por no arrojarme a la acera de su balcón y esperar que encienda la luz de su dormitorio, escribo a una de tus sonrisas de artesanía, querida amiga. Una de esas sonrisas hechas a mano, moldeadas como el barro, amasadas como el pan nuestro que cada día salva a alguien de su destino y hoy quisiera que me tocara a mí. No pido nada, me conformo con un poco de ternura, una mirada amiga y un guiño de complicidad. Quizás un poco de paciencia con este paisaje que hoy soy de silencios de invierno y lluvia y garabatos lentamente dibujados sobre el vaho melancólico del cristal, tan frio, en la mente.

1 Comments:

Blogger G. said...

Cuanta tristeza Adso... Lo siento mucho.
Vendrán días mejores, y tú lo sabes!
Un beso

7 de enero de 2010, 21:56  

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