lunes, septiembre 20, 2004

Cita

Es curioso como transcurre el encuentro con un extraño asaltado en el azar de un destino absurdo que a veces te sienta a la mesa de dos desconocidas: conversación más o menos intranscendente, intercambio de teléfonos y despedida. Dejar transcurrir un tiempo prudencial antes de la consabida llamada telefónica más o menos indeterminada en sus conclusiones. Por fin un par de mensajes y al tercero, justo en el día acordado: 'Sigue en pie ese café?...'. A las siete menos cinco -por una vez era puntual- llegaba a la cafetería. Cinco minutos después aparecía ella. Maquillada y, a mi parecer, mejor conjuntada que el día del asalto a la mesa que compartía con su amiga -la mejor, según me confesaría luego- en la cafetería del centro comercial.

Nos sentamos en la terraza, viene el camarero y el café se convierte en dos cocacolas -como siempre, la primera mentira de una primera cita: el café; ahora resulta que ninguno tomamos café-. Hablamos, o mejor dejo hablar -hago mío aquello de 'el que habla es un necio, el que calla un cobarde y el que escucha sabio'-. Está trabajando y preparando las oposiciones... bla,bla,bla... la falta de compromiso de los treintaitantos es más acuciante entre los hombres que entre las mujeres... bla,bla,bla... que ellas sí que siguen soñando con su príncipe azul, aunque a cada año que pasa su idílico principito pasa a ser menos rubio, menos alto e incluso menos azul. Con los años parece que de la búsqueda en las selectas estanterías de los almacenes Harrods, se pasa a las tiendas de saldo y oportunidades de barrio, rebuscando entre los montones de principitos bajo el cartel de 'últimas ofertas'. Los hombres, Sigue contándome, hacemos votos de compromiso y descendencia, pero empieza a ser demasiado tarde los treinta para romper la rutina de mesa de un solo servicio, café solo y, sobre todo, ese 'hacer lo que quiero cuando quiero y con quien quiero'. Más hoy día, que por lo visto, según su particular estudio, es tan fácil cultivar fámulas, más o menos digestibles, bajo las sábanas de cualquier lecho de varón.

La cocacola se agota, Consumimos el atardecer sobre el río -creo que yo lo consumo con más devoción que ella- . Comenzamos a caminar, como suele suceder en estos casos, sin destino. Por fin nos detenemos y fijamos un rumbo con alguna perspectiva de encontrar un garito donde conseguir un poco de cerveza y algo que tapear. De nuevo sentados, seguimos hablando de sus amigos en la frontera de los treinta: el compromiso, el sexo... Nunca me ha gustado hablar del sexo en una cita, ya sabéis lo que puede suceder. Aunque el tema se trate en tono 'respuesta sexual femenina' al más puro estilo del informe Hite, si la noche termina compartiendo otro tipo de confidencias más húmedas y saladas, puedes llegar a sentirte un tanto estúpido recordando lo que hace un par de horas tratabas en plan catedrático sa-be-lo-todo-de-sexo, acerca de gráficos y curvas de respuestas sexuales masculinas y femininas. Sobre todo si la tuya es una curvita que en seguida se precipita en un profundo y mísero valle y la suya es una cordillera continua e interminable de ocho miles.

En un momento de debilidad hablo -no puedo evitar ser aun más necio que cobarde-, no es que no hubiera abierto la boca en toda la tarde, que ya comenzaba a ser noche, se trata de abandonar los temas más o menos intranscendentales. Le cuento lo insulso que encuentro las mañanas y las tardes en la oficina, cuando alguien se detiene junto a la mesa de la terraza -la noche continúa con las mismas localizaciones en exteriores de la tarde-. Ella se levanta, lo saluda, charlan un rato, le presenta el conocido a la desconocida que lleva con él: su novia. Ellos eran compañeros de facultad. Se despiden y seguimos hablando hasta que las once de la noche se deja vencer por treinta minutos de sugerencia de viajes a los que ella no es muy aficionada, al menos hasta la fecha.

La acompaño hasta su coche. Me lleva al mío que se encuentra al otro lado del río. Despedida: una velada muy agradable, un día salvado, lo repetiremos, etc, etc, etc. Mientras escucho el 'clic' del anclaje del cinturón y arranco el coche, no puedo evitar pensar que existe mucho 'fiascado' que se encamina a los treinta o acaba de alcanzarlos con la rémora de una hitoría extinguida que cree superada pero que continúa sangrando cada vez que repite: 'yo no quiero ningún compromiso, lo que quiero es vivir el momento sin comerme la cabeza, ni pensar dónde estaré el próximo año ni con quién'.

Me esperan en una video conferencia, seguro que insulsa como el comienzo de este lunes. Como mi relato en el atardecer de la cafetería junto al río. Insulso como todo lo que últimamente escribo. Aunque, no sé, puede que el próximo sábado o el siguiente o el que le siga, vuelva un lunes a contaros si yo también sangré lamiendo los surcos salados que resbalaban por su piel, mientras la desnudaba sobre el lecho de treintañero incapaz de poner otro plato que no sea en la cena o, si no hay más remedio, una segunda taza en el desayuno.

Sinceramente, no lo creo.

1 Comments:

Blogger Elisabeta said...

No me ha parecido nada insulso el post,quizás pq mi vida es asi de insulsa como treintañera,yo que sé...Besitos Adso

11 de noviembre de 2004, 14:10  

Publicar un comentario

<< Home