jueves, enero 13, 2005

de islas, satélites y continentes

Esta tarde he encontrado un hueco entre línea y línea de código, y he decidido ocuparlo releyendo los correos que te he mandado y he recibido. Claramente ganan en número los míos, se ve que hasta la fecha el tiempo de desocupación en mi oficina gana al tuyo en la fábrica. Ya sé, ya sé que eso de ser jefe tiene sus grandes penalidades y sus pequeñas tiranías.

Y leyendo y dibujando el tiempo próximo a ti tan corto y tan extenso, mi conciencia lo ha sido, quiero decir, ha sido consciente de que poco a poco todas las parcelas de mi vida van teniendo algo tuyo. Me refiero a que día tras día aumente el stock de nuestras pequeñas complicidades o que yo pueda creerme que puedo convertir mis reveses en victorias o me hagas el tierno regalo de tu más reciente desesperación.

Aunque todo sea tan complicado -una de tus palabras-coletilla- quisiera que este tiempo hubiera sido suficiente para aprender a callar y beber tus palabras, para escuchar tus silencios y palpar tu dolor. Y no importe que sea mañana o la semana que viene o el mes que viene o -si el capricho de la diosa fortuna y un poco de tu amor así lo dispusieran- el día que fuera del año que se tratara, de pronto dijeras voy a llorar y yo con un discreto nudo en la garganta te respondiera, buena llora y este tiempo me hubiera enseñado a saber compartir aguaceros invisibles. Da igual que cumpliera una semana o un año o una eternidad el desconsuelo de una ausencia para que siempre que el dolor te arrancara la necesidad del llanto, tuvieras la certeza de mi presencia.

Pero ya sé que solo soy una isla. Una pequeña isla colonizada por algún que otro cocotero al borde de alguna playa de fina arena blanca y aguas tranquilas, cálidas y -puestos a imaginar- color esmeralda. Una pequeña isla a la que acudir o permanecer o marchar o volver. Una pequeña isla en la que llorar, reír, callar, gritar, correr o simplemente dejarse caer sobre la arena fina y blanca. Perdóname si tengo vocación de continente con sus ríos y sus afluentes, con sus montañas y sus valles, con pueblos de sierra y ciudades de mar. Perdona lo presuntuoso de mi vocación. Ahora lo único importante es tu silencio, tus palabras -limadas o con aristas-, lo único realmente importante eres tú. Tú eres la vocación de mis manos por amasar el dolor de tu cuerpo, de mis ojos por recorrer la silueta que la ausencia te ha dejado. Todo eso y lo que ya sabes y lo que imaginas y lo que ni imaginas eres para esta pequeña, pequeñísima casi diminuta isla perdida que no aparece en ninguno de los mapas que rodean tu vida, pero que cada día eleva una oración de agradecimiento a los dioses que desataron la erupción del volcán.