martes, marzo 22, 2005

café cortado en vaso pequeño, blanco y de plástico

En aquel desierto de mesas desabitadas y pasillos huecos, abierto a las primeras luces de un amanecer cansado con débito de sueño, se tomó unos minutos antes de comenzar a revisar números, cifras y gráficos.

Entre sorbo y sorbo del cortado con extra de azúcar en vaso pequeño, blanco y de plástico pensó en los comentarios -los de ella- de almohada, recuerdos y faltas. Echaba de menos y entre los menos a veces se cuela una historia, quizá la última, y la habla y la cuenta y él escucha en silencio y cuando ella pregunta, responde que agradecimiento por la confianza, sinceridad y haber sido elegido por sus confesiones. Él le cuenta que espera siempre estar ahí para recibir todos los regalos de su más reciente desesperación o los nudos de garganta escuchando llanto de ausencias y huecos, de marchas inundadas por aguaceros invisibles.

Él estaría ahí, quizá algún día ella llegaría a comprender que ese es el oficio de su vocación: escudarla y, cuando fuera posible, arroparla con brazos y, cuando fuera capaz, hacerlo con palabras. Aunque a veces escuche confesiones de echar y de menos de otras historias que no es la suya y entre bambalinas inunde un pequeño velo de niebla y cansancio la subida del telón. El suyo ya fue bajado y así quedaba, sin buscar ningún hueco por el que asomarse al patio de butacas. Sus funciones no tenían reposiciones, los guiones cometían, quién sabe si el terrible error, de perderse entre acto y acto.

A pesar de todo, de cansancio, de eternidades interrogadas, de saber hasta hoy y mañana volver, él tomó otro sorbo en el vaso de plástico, pequeño y blanco de café cortado y templado con extra de azúcar, como quien formula promesa de astillero donde reparar sueños o confesión de mano que descorre cortina de lluvia y otoño, y deja mirar un poco más allá. Quizá algún día llegara, o tal vez ya lo había hecho, en el que ella se abandonaría como él lo intenta o quizá es él quien debería arrojarse como ella ya lo hace. ¿Quién sabe de astilleros y cortinas de lluvia?

Mientras tanto él solía buscar un poco de su penumbra para observarla. Ella a veces descubría una mirada levitando sobre su espalda, escrutando el rastro que podría dejar su boca. Él hacía recuento de cada una de las vértebras que marcan el camino de sus labios hasta su vientre -el de ella-, dibujando ese bendito atajo que se abre entre sus piernas. Ejercitaba mirada y memoria para aprender el rastro de su olor y así, cuando la cercanía de su piel nublara la vista, dejar que él fuera el lazarillo de su lengua, separándola, buscándola, explorándola, aprendiéndola. El resto de su cuerpo -el de él- solía terminar rezando arrodillado a los pies de la cama, inclinado sobre su vientre, en santa consagración. Otras veces la imaginaba sobre él, imaginaba el sonido de los músculos de su espalda arqueándose, el sabor a salitre y su olor a mar. Se imaginaba colgado de su cuello cuando, abrazado a su espalda, sentía el vértigo del precipicio al que ella le lleva. La imaginaba a abandonándose como él se abandonaba a ella...

Si le dijera que no quiere encontrar, que no más pasillos de puertas entreabiertas por recorrer. Si le confesara que no desea más deseo que el de sus sombras bajo las sábanas.Si le contara que el calendario marca los días con su nombre. Si cada mañana fuera de amanecer con la certeza de su próxima existencia mañana también. Si cada tarde fuese ansiosa por retornar. Si cada noche el dormir fuera con su ventana abierta al sueño...

En algún lugar de la carretera que separaba el corazón de la cabeza, alguien ya había tomado la terrible decisión de desenfundar el alma y entre sorbo y sorbo en vaso blanco, pequeño y de plástico la observó sorbo a sorbo de un café ya frío.

viernes, marzo 04, 2005

Intuiciones

Aquella noche, mientras esperaba en la puerta, mientras la esperaba con las noticias de la tarde rondando su cabeza junto a la inminencia de viaje, de traslado que había intuido entre las noticias de la capital, comentadas por la voz de ella al otro lado del teléfono. Mientras esperaba, volvió a uno de sus ejercicios olvidados contra la ansiedad y otros fantasmas, y escribió...


"Y cuando vuelve ese regusto rancio a soledad, y el paladar reconoce antiguos sabores de noches de insomnio y vuelve a mendigar ungüentos que ahoguen tanta ansiedad de imposibles que ya no serán.
Y en la cabeza aporrea el redoble de lo vendido a un tiempo incierto ahora de esperanza perdida en algún rincón otra vez por barrer.
Y de nuevo preguntas en paréntesis prestados de un calendario en algún día crédulo de posibles, de cuarto y mitad ilusionado en razones de existencias, de amaneceres con razón de ser.

Pero esta vez el comienzo asomó ya con la adivinanza de este regusto rancio a soledad. Esta vez ni siquiera el niño tiene derecho al llanto. Esta vez era sabido que no sería. Pero porqué tan pronto, porqué ya".



Durante los quince minutos largos de espera y apuntes, pulsó al menos seis veces el botón de anterior en el reproductor. Leyó lo concluido y concluyó que debió ser por la canción, su melodía, la letra y el título: L'Echec (Yann Tiersen).


[Si me permiten una recomendación para 'estos días':
http://elblogdeluife.blogspot.com/2005/02/12-de-febrero-de-2005.html#comments]