lunes, diciembre 28, 2009

Bicicletas voladoras

No, no te asustes. No se trata de ninguna lista de reivindicaciones,
ni de ningún prospecto, ni siquiera de un exhausto epílogo.
No va de lamentaciones ni desórdenes ni miedos,
vividos o inventados.
Se trata simplemente de una pequeña aclaración,
de un paréntesis recién abierto,
de un recreo de cinco minutos en un día de lluvia.

Si en algún momento en ese periodo estudiado
por los físicos de partículas,
que transcurre entre un tiempo t1 y un tiempo t2
en el que no existe nada más que la nada más absoluta,
pasa por tu cabeza, pensamiento o mente
alguna divagante idea sobre mí,
busca un móvil o descuelga un teléfono.

Como quien escribe un recado sobre un pósit
que cuelga bajo un imán en la puerta del frigorífico
y después de los tres bips,
cuéntalo como si al otro lado no hubiera más
que un contestador automático sin cinta.
Pero recuerda,
solo si ese presente solitario es ocupado por mí.

Renuncio a favores de sustituciones de clases,
a peticiones de teléfonos de facultativos de reconocido prestigio,
a recibir reenvíos de presentaciones reivindicativas
de causas justas o frases redondas.
Renuncio también al conocimiento de las grandes ofertas
del supermercado de la esquina.
Solo acepto llamadas sobre mí,
sin historias de infiernos o cielos pasados o por pasar.
Porque esta vez sí que sí quería algo realmente imposible,
aún más improbable que verte pedalear encima de una bicicleta.

Por último al sufrido lector de estas líneas,
pedirle cierta indulgencia para con ellas -las líneas-.
La que le da esto a leer, tampoco llegó a conocerse.
¡Ah! y recuerde que
'lo cómico es lo trágico, más tiempo'.

Pobreta de princesas

"¿Eres poeta o escritor?". Todavía sigo preguntándome qué vería un tipo que por primera vez se tropieza conmigo en la mesa de un café para comenzar preguntándomelo. "Ojalá, ¡qué más quisiera yo!".

El peligro, el verdadero peligro de estas preguntas lo corre el siguiente infeliz que reciba un correo del interrogado. Porque podría imaginar que el correo es un cuento y en el cuento una princesa espera los retales que le quedan de una fantasía en el mismo balcón al que se asomará a ver cómo se marcha la fantasía con sus retales. Una princesa que gobierna su reino con su albornoz blanco y por corona luce un turbante de toalla blanca. Observando detrás de la ventana el sendero verde que rodea su torre de marfil, como no, también blanca. Una princesa de torre con ascensor y tendedero con vistas, pero condenada a vivir eternamente entre sus dos vecinas: Koré y Perséphone. Hasta el día en que bajen las hipotecas y consiga mudarse a otra más blanca, más alta y mejor aireada.

Este tipo de princesas van y vienen de balcón en balcón, a veces por la escalera otras por el ascensor. Desaparecen como por obra de un hechizo, de ellas no queda ni la sombra en las aceras. Están siempre de paso, unidas al mundo por el cordón del recuerdo. A veces cerca, pero aun entonces hay en ellas algo que las hace transparentes, ausentes, algo que las convierte en pájaros cotidianos. Pasan la
primera parte de su vida tratando de encajar en un mundo que no terminó de ser acogedor y la segunda, construyendo un mundo aparte inventado en cuentos de letras usadas con tinta rosa.

Cuando se van, casi nada queda de ellas. Quizá algunos recuerdos alrededor de la lápida como pétalos de cerezo. Una memoria breve y nostálgica de un ser que siempre fue humo. Sólo la fantasía las salva y las perdona. La fantasía las trae y la fantasía se las lleva. La fantasía de espaldas al tiempo, las hace por un costado humanas y por el otro lado princesas. Toda su vida la viven como si el tiempo transcurriera desde el pasado al presente, creyendo que su barca es propulsada por la estela que va dejando. Incapaces de comprender que lo que no es no puede producir lo que es. Zurcen su voluntad con ese temor constante de clavarse la aguja y volver a caer en la misma pesadilla... Incapaces de amar.