martes, septiembre 28, 2004

Melenita lacia

Un compañero de oficina, raras veces de café y tertulia -suelo tomar pocos cafés-, ha vuelto esta semana de Thailandia. Es uno de esos tipos que hablan con una seguridad aprendida, creyéndose lo que dicen en un tono siempre dos puntos por encima de lo considerado correcto. Cuando te acercas a realizar alguna consulta de su área o alguna petición, raras veces no levanta la mirada de su precioso monitor TFT de quince pulgadas antes del transcurso de cinco minutos. Parece que es su forma de hacerse o de sentirse importante, al menos conmigo. Y cuando lo hace, su voz de barítono y su mirada de suficiencia siempre me provoca la misma pregunta: ¿por qué narices tengo que aguantar a este imbécil?

Con una melenita lacia, que lame sus hombros en cada uno de sus gráciles y encorvados pasos entre los pasillos de la oficina, esta mañana comentaba, dos puntos por encima del tono normal, no sé qué del turismo sexual en Thailandia. He terminado de llenar mi jarra de agua y he dejado el office. No quería oír el relato de su gran y magnífico paso por Thailandia visto y no visto tras el objetivo de una cámara. La última vez que le pregunté por una ciudad me habló de un paisaje de muerte. Era Baranasi, en la India. Supongo que nunca leyó a Pasolini, ni se acercó a un fuego nocturno y crematorio junto a las aguas del Ganges.

lunes, septiembre 20, 2004

Cita

Es curioso como transcurre el encuentro con un extraño asaltado en el azar de un destino absurdo que a veces te sienta a la mesa de dos desconocidas: conversación más o menos intranscendente, intercambio de teléfonos y despedida. Dejar transcurrir un tiempo prudencial antes de la consabida llamada telefónica más o menos indeterminada en sus conclusiones. Por fin un par de mensajes y al tercero, justo en el día acordado: 'Sigue en pie ese café?...'. A las siete menos cinco -por una vez era puntual- llegaba a la cafetería. Cinco minutos después aparecía ella. Maquillada y, a mi parecer, mejor conjuntada que el día del asalto a la mesa que compartía con su amiga -la mejor, según me confesaría luego- en la cafetería del centro comercial.

Nos sentamos en la terraza, viene el camarero y el café se convierte en dos cocacolas -como siempre, la primera mentira de una primera cita: el café; ahora resulta que ninguno tomamos café-. Hablamos, o mejor dejo hablar -hago mío aquello de 'el que habla es un necio, el que calla un cobarde y el que escucha sabio'-. Está trabajando y preparando las oposiciones... bla,bla,bla... la falta de compromiso de los treintaitantos es más acuciante entre los hombres que entre las mujeres... bla,bla,bla... que ellas sí que siguen soñando con su príncipe azul, aunque a cada año que pasa su idílico principito pasa a ser menos rubio, menos alto e incluso menos azul. Con los años parece que de la búsqueda en las selectas estanterías de los almacenes Harrods, se pasa a las tiendas de saldo y oportunidades de barrio, rebuscando entre los montones de principitos bajo el cartel de 'últimas ofertas'. Los hombres, Sigue contándome, hacemos votos de compromiso y descendencia, pero empieza a ser demasiado tarde los treinta para romper la rutina de mesa de un solo servicio, café solo y, sobre todo, ese 'hacer lo que quiero cuando quiero y con quien quiero'. Más hoy día, que por lo visto, según su particular estudio, es tan fácil cultivar fámulas, más o menos digestibles, bajo las sábanas de cualquier lecho de varón.

La cocacola se agota, Consumimos el atardecer sobre el río -creo que yo lo consumo con más devoción que ella- . Comenzamos a caminar, como suele suceder en estos casos, sin destino. Por fin nos detenemos y fijamos un rumbo con alguna perspectiva de encontrar un garito donde conseguir un poco de cerveza y algo que tapear. De nuevo sentados, seguimos hablando de sus amigos en la frontera de los treinta: el compromiso, el sexo... Nunca me ha gustado hablar del sexo en una cita, ya sabéis lo que puede suceder. Aunque el tema se trate en tono 'respuesta sexual femenina' al más puro estilo del informe Hite, si la noche termina compartiendo otro tipo de confidencias más húmedas y saladas, puedes llegar a sentirte un tanto estúpido recordando lo que hace un par de horas tratabas en plan catedrático sa-be-lo-todo-de-sexo, acerca de gráficos y curvas de respuestas sexuales masculinas y femininas. Sobre todo si la tuya es una curvita que en seguida se precipita en un profundo y mísero valle y la suya es una cordillera continua e interminable de ocho miles.

En un momento de debilidad hablo -no puedo evitar ser aun más necio que cobarde-, no es que no hubiera abierto la boca en toda la tarde, que ya comenzaba a ser noche, se trata de abandonar los temas más o menos intranscendentales. Le cuento lo insulso que encuentro las mañanas y las tardes en la oficina, cuando alguien se detiene junto a la mesa de la terraza -la noche continúa con las mismas localizaciones en exteriores de la tarde-. Ella se levanta, lo saluda, charlan un rato, le presenta el conocido a la desconocida que lleva con él: su novia. Ellos eran compañeros de facultad. Se despiden y seguimos hablando hasta que las once de la noche se deja vencer por treinta minutos de sugerencia de viajes a los que ella no es muy aficionada, al menos hasta la fecha.

La acompaño hasta su coche. Me lleva al mío que se encuentra al otro lado del río. Despedida: una velada muy agradable, un día salvado, lo repetiremos, etc, etc, etc. Mientras escucho el 'clic' del anclaje del cinturón y arranco el coche, no puedo evitar pensar que existe mucho 'fiascado' que se encamina a los treinta o acaba de alcanzarlos con la rémora de una hitoría extinguida que cree superada pero que continúa sangrando cada vez que repite: 'yo no quiero ningún compromiso, lo que quiero es vivir el momento sin comerme la cabeza, ni pensar dónde estaré el próximo año ni con quién'.

Me esperan en una video conferencia, seguro que insulsa como el comienzo de este lunes. Como mi relato en el atardecer de la cafetería junto al río. Insulso como todo lo que últimamente escribo. Aunque, no sé, puede que el próximo sábado o el siguiente o el que le siga, vuelva un lunes a contaros si yo también sangré lamiendo los surcos salados que resbalaban por su piel, mientras la desnudaba sobre el lecho de treintañero incapaz de poner otro plato que no sea en la cena o, si no hay más remedio, una segunda taza en el desayuno.

Sinceramente, no lo creo.

jueves, septiembre 09, 2004

Plagios y composiciones

Cuando uno se enamora las cuadrillas
del tiempo hacen escala en el olvido
la desdicha se llena de milagros
el miedo se convierte en osadía
y la muerte no sale de su cueva

enamorarse es un presagio gratis
una ventana abierta al árbol nuevo
una proeza de los sentimientos
una bonanza casi insoportable
y un ejercicio contra el infortunio

es un acantilado un precipicio
es el alma en continuo vértigo

pero despeñarse arrojarse
lanzarse al vacío
olvidar el camino de vuelta
eso es amar

las manos se descubren caricias
la mirada espejo
cada amanecer compartido perdura
en un nuevo acorde jamás escuchado

vivir es un promesa de prodigios
una confabulación de todas
las fuerzas del universo
que se atraen y se rechazan
y se agitan y giran y se expanden

es conjurarse contra el tiempo
es una estación sin solsticio
una promesa de eternidad

amar es ser feliz
aunque no se tenga permiso
es un mandamiento divino
un pecado de penitencia compartida
que bendice cada uno de nuestros pasos
y el eco de los vecinos

(... pausa pesadamente pensativa...)

que el amor puede siempre perderse es un hecho
que no podemos aceptar nunca como verdad


un encargo

martes, septiembre 07, 2004

Office

Esta mañana el office está la mar de animado, se ve que el personal no está por la labor tras el veraneo. Entre café y café que despacha la máquina tras el golpeteo de las monedas, las mismas historias de compromiso y aburrimiento. No sé si se notará, pero hoy vuelvo a estar harto de esta oficina. Ya veremos mañana.

lunes, septiembre 06, 2004

Mecanicismo

A veces el destino, o su hermano mayor el azar, te enfrenta a casualidades que no terminas de decidir apariencias o aparentes. Hoy se cumple una semana de mi vuelta a la ciudad sin ánimo ni ánima para retornar a la rutina del despertador, autobús y monitor. De nuevo se iban a apoderar de mí las mismas caras inexpresivas con sus monotemáticos temas de trabajo, fútbol y, dadas las fechas, viajes consumidos tras el objetivo de una cámara.

Agotado tras el transcurso del primer cuarto de hora, me ponía a vagabundear por las tres uvedobles a la búsqueda de una dirección que era incapaz de recordar. Hacía poco más de un año que había dado con ella. Se trataba de una página donde un madrileño contaba sus días de veraneo buceando en Canarias. Me pareció una buena forma de pasar el próximo cuarto de hora. Vano intento, al menos en apariencia -de nuevo el aparente azar-.

Tras la palabra 'baco' escrita en el buscador, encontraba otra página. Desde esta página llegué a otra, desde esta a una nueva y decidí que quizás el tercer cuarto de hora de mi regreso podría aprovecharlo escribiendo. Este ha sido el camino que ha llevado a ocupar un cuarto de hora a veces, otras dos y las más cuatro cuartos de mis mañanas a leer historias colgadas en la red. Entre aquellos cuartos me atreví a colgar mis propias notas, más o menos insulsas sin más pretensiones que ocupar esos cuartos de huída de mesa de oficina. Incluso llegué a dejar algún comentario anexo a un par de páginas. Una de ella me había llevado a escribir sobre algo que ya casi no recordaba.

Durante mi paseo por los quince minutos de la tarde por mi particular cuarto de hora, encontraba un uno donde debía haber un cero. El contador había sido incrementado. Mi nota tenía un anexo. Alguien había estado allí. ¿Azar? Cuando la leí supe que seguimos viviendo un universo amargamente mecanicista.

Aquella mañana había vuelto al blog de Menudida y su nueva entrega me había llevado a escribir la mía de ese día, aunque fuera incapaz de recordar como se deletreaba 'corazón' y 'lamerte'. Como muestra de gratitud dejé un anexo de agradecimiento por devolverme el recuerdo de aquellas palabras. Alguien leyó mi anexo y acudió a mi página e incrementó mi cero, dejando un uno. Fue precisamente el autor de la primera página que leí y que me llevó a esta otra donde volví a recordar. Fácil que la persona que recomiende una página vuelva a ella, y en este devenir encuentre la mía, si dejo un anexo.Todo esto simplemente para agradecerte, mi estimado Baco, tu paciencia por leerme y dedicarme algún minuto de tus cuartos de hora. Gracias.


Sí Einstein, Dios no juega a los dados.

viernes, septiembre 03, 2004

E non ho amato mai tanto la vita!

Desde el vacío de tu dolor, sumergido en la ansiedad de tu desesperación, bebiendo la angustia de tu agonía... Susurraré querellas, balbucearé quejidos, gritaré los escombros de mi silencio para arrinconar tus ojos y horadar tu mirada.

Voy a beber tu existencia, vaciar tu deseo, anegar de caricias los rincones más perdidos de tu cuerpo hasta lograr la contorsión de tus orgasmos. Arrancaré tu corazón sobre la cama para ver sus latidos y descubrirte y descubrirme y lamerte hasta las entretelas y perderme en ellas cuando mi sueño sea el tuyo y mi nana el palpitar de tu pecho.


Sí Puccini, E non ho amato mai tanto la vita!

sulso pero pecable

A veces los días se vuelven especialmente insulsos. El mismo golpeteo de teclas, el mismo monitor (eso sí, uno de esos TFT muy planito y la mar de mono), la misma sala, las mismas caras alrededor, el mismo trabajo de ayer, la misma ocupación de mañana... Todo más o menos como cada día de laboro y oficina pero un poquito más insulso: Sus pasos, la cafetería, sus saludos, la mirada... las conversaciones, los olvidos, las demandas, los listados... Sus bocas, las sonrisas, sus labios, las palabras...

Hay días como estos en que lo insulso inunda la mesa, ahoga el teléfono y te arroja a ese pequeño pozo de ansiedad que a veces, solo a veces alberga tu estómago sin preguntarte, sin aviso, sin receta médica.

Entonces es cuando vuelvo al refrectorium de mi abadía, cierro todas las ventanas y al acercarme a la última imagino que tal vez este día puede que no se salve, pero quizás esta última ventana que estoy a punto de cerrar, mañana muestre un paisaje menos insulso. Por ahora volveré al toc-toc de mi teclado, al ring-ring de mi teléfono y a mi convencimiento de la suerte de disfrutar este magnífico monitor TFT, bien planito, bien mono y bien insulso.

Sí Bendedetti, sulso pero pecable.