miércoles, diciembre 22, 2004

Muchas y grandes

Me voy. Bueno, me voy dentro de nada que ya van dando las siete. Me voy con ganas, con muchas y grandes ganas de verte. Así que voy a aguantarme hasta las once y media, aguantarme todas y cada una de las ganas que, te aseguro, son muchas y grandes.

Me voy y dejo sobre la mesa mis antojos que también son muchos y grandes. Con un poco de suerte y un mucho de ti voy a recorrerlos esta noche por tu cuello, besarlos en tus hombros y descender hasta tu vientre con la esperanza de encontrarme con ellos frente a frente. Escucharlos si gritas o imaginarlos si decides ahogar un gemido.

Cuando recoja el abrigo de la percha, dejaré colgados todos los caprichos que he tenido enganchados del hombro durante todo el día. Capricho de tu cintura levantándose frente a mi aliento, de mis manos sujetando tus piernas, de mi boca en oración bajo tu vientre.

Cuando me vaya cerraré la puerta y abandonaré todas las obsesiones que me han perseguido durante todo el día. La porfía de buscarte entre las sombras de tus piernas sin más lazarillo que tu olor, sin mayor urgencia que la noche. La renuencia de caminar por tu cuerpo hasta saborearte el alma y empaparme de ti cuando el rocío amanezca y tenga que volver a abrir la puerta, colgar el abrigo, ordenar la mesa y esperar que den las siete con las mismas obsesiones, caprichos, antojos y ganas de ti. Unas ganas que, te aseguro, son muchas y grandes.

martes, diciembre 14, 2004

Imposibles irremediables

A veces los imposibles irremediablemente se atraen, olvidan lo que es posible y bajan las persianas para encontrarse. Durante todo aquel fin de semana perdió el tiempo y su sentido. Extravió la hora del desayuno, de la comida, de la cena. Levantó campamento entre sus sábanas y recorrió senderos de bosques encantados y amaneceres de desiertos. Instauró la rutina de sus labios en cada amanecer y cada noche la dedicó a perseguir el frío de sus pies. Y en los minutos de autobús, las horas de oficina y los días que siguieron, olvidó que tan solo le había pedido un poco de su cuerpo y una esquina de su corazón.
Aquel lunes volvió a sonar el móvil, unas cuantas escaleras quedaron en el patio de columnas de mármol y el vicio del insomnio quedó instaurado sobre su cuerpo.
Consultó a la bruja de guardia y su oráculo, confesó pecado al director espiritual, perdió primeras veces y entre los pliegues de los renglones que le dejaba sobre la almohada, olvidó promesas y eternidades irremediablemente imposibles.